Vulpes vulpes L.

ARAGONÉS                      Rabosa
CASTELLANO                   Zorro
CATALÁN DE ARAGÓN   Guineu, rabosa

La rabosa es un mamífero carnívoro de la familia de los cánidos, a la que pertenecen el lobo y el perro. Mide cerca de un metro, del cual un tercio pertenece a una poblada cola. Pesa de 5 a 7 kilogramos y tiene un pelaje rojizo con las partes inferiores y punta de la cola blancas; las patas pueden ser oscuras o negras. Existen ejemplares melánicos, negros, conocidos como rabosas carboneras, aunque son excepción.

Se pueden encontrar rabosas en todo Aragón. Desde una perspectiva general, tiene una distribución holártica: Norteamérica, Europa, Asia, norte y este de África. Fue introducida en Australia, lo que supuso un gran impacto para las especies propias de ese continente, agravado por los gatos asilvestrados o los conejos.

A pesar de encuadrarse en el orden Carnivora, su dieta es omnívora y variada. Caza topillos, ratones, conejos, aves, anfibios, reptiles, es decir, toma toda una variada dieta que depende del hábitat que ocupa. En las zonas rurales y en las cercanías de las ciudades elimina la competencia de los gatos ferales cazándolos, lo cual permite amortiguar el impacto negativo que produce este tipo de gatos en el medio natural. En cuanto al alimento vegetal, consume frutos silvestres, como moras, gabardas o tapaculos, etc., siendo muy habitual a finales de verano y otoño encontrar sus cagadas llenas de semillas de gabardera o escaramujo. También aprovecha restos orgánicos, como animales muertos y basuras. Por ello es habitual en las zonas en las que hay personas, bien sean pueblos o zonas turísticas (lugares de concentración de senderistas y montañeros, por ejemplo). Es un animal sinantrópico o antropófilo, que aprovecha la presencia humana para alimentarse, como los gorriones o las palomas.

La rabosa ocupa todo tipo de paisajes y medios, desde el nivel del mar a la alta montaña o las zonas desérticas. Tiene una enorme capacidad de adaptación, por lo que no es raro verla también adentrarse en pueblos y ciudades. El invierno es su época de celo, aunque en montañas frías se puede atrasar un poco. Con la llegada de la primavera, ya se ven las rabosetas por el monte, de 4 a 6 por camada o cadillada, variando desde una hasta once. Las primeras semanas las pasan en el cubil o cado, y comienzan a ser independientes entre verano  y otoño.

Los nombres comunes de la rabosa tienen una interesante historia. Hasta la Edad Media era llamada en aragonés golpella; en francés, goupil; en castellano, vulpeja; en catalán, volpell.  Todas estas voces están relacionadas con el latín vulpes (vulpecula). Se dio en aquellos tiempos un fenómeno, que suele conocerse como el tabú del miedo y que asocia el hecho de nombrar algo con su presencia, y su presencia con algo negativo, en este caso, el ataque al gallinero. Por ello, para intentar no «nombrar a la bicha», en las diferentes lenguas se rehízo su denominación de diversas maneras. La primera fue alagar al animal con un diminutivo, para hacerlo menos nocivo, aunque sea verbalmente; se pasó de vulpes a vulpecula. Después se le pusieron motes. Así, en aragonés, en vez de gulpella se llamó rabosa, tal vez por referencia a su rabo, aunque el rabo en esta lengua es coda. Esta misma palabra se usó en otras lenguas, como el gallego, portugués y asturiano. El inglés fox (alemán fuchs) quizá se relacione también con su cola, como el lituano oudëgis. En castellano, zorro/a vino desde el portugués y sustituyó a raposa que, a su vez, había suplantado a vulpeja. Zorra tiene que ver con un verbo portugués que alude a arrastrar y que, en aragonés, tiene verbos equivalentes, como zorrustiar, arrozegar y estorrozar. En otras lenguas le pusieron un nombre, la personificaron. Así, el francés renard hace alusión a un famoso personaje de una narración medieval; y el catalán adoptó el nombre de origen germánico guineu. En sardo la llamaron mariane y en algún pueblo de Zaragoza la conocen como juan y juanillo.

Siguiendo a la rabosa

Las huellas de la rabosa son fáciles de encontrar y distinguir, pues corre por todos los paisajes de nuestro territorio. Tienen unos 5 centímetros de largo y 4 de ancho. Son más largas que anchas, a diferencia de las de perro que tienen una longitud y una anchura similares. Marca cuatro dedos, dos adelantados y dos retrasados, y, en la base, la almohadilla.

Si trazamos una línea entre las puntas de los dedos exteriores, no suele cortar las almohadillas centrales, que quedan más altas, mientras en el perro las atraviesa. Marca también las uñas delante de los dedos.

A menudo anda al trote dejando un rastro rectilíneo. Si hay mucha nieve, deja marca de la cola. Mira en las fotografías. Hay huellas de dos animales en cada una de ellas: una es del predador y la otra de una posible presa. ¿Adivinas quién es quién?

  • En la primera se ven dos rastros paralelos. Ambos animales van hacia adelante en la fotografía. La rabosa ha pasado arrastrando la cola y dejando unas marcas en línea, con dos huellas juntas en cada agujero. El otro pertenece a una liebre que anda a saltos y en la misma dirección: las dos huellas delanteras, algo más abiertas, son curiosamente de las patas traseras, las que le sirven para impulsarse y dar un salto. Cae con las patas delanteras, casi alineadas, y adelanta las traseras para dar un nuevo salto.
  •  En la segunda se ve un rastro tal vez de topillo, pues los ratones suelen dejar la cola marcada y los topillos la tienen demasiado corta para que quede señal. Va en nuestra dirección, salta, cae con las patas delanteras, pasa por delante las traseras y se impulsa para dar un nuevo salto, como la liebre. La rabosa ha pasado seguramente antes y no se ha percatado de la presencia de un buen almuerzo.